domingo, 28 de octubre de 2012

La Isla. Parte V

El corazón te late a mil por hora. Casi no controlas tu pulso. Estás nervioso, ansioso, exultante debido a la satisfacción de un trabajo bien realizado, pero nadie se encuentra allí para ver la que consideras una obra de arte, y al fin y al cabo, es tu salvavidas. Todo este orgullo hace que como a los buenos barcos, debas ponerle nombre, por lo que decides llamarle Esperanza, no por el nombre de ninguna mujer importante en tu vida como pueda ser una abuela, sino por el hecho de que si no es por ella, todo se irá al garete, literalmente.

Echas una ojeada a la que ha sido tu casa este último tiempo. Suspiras. Cierras los ojos como si trataras de sacar una fotografía. Piensas en lo allí vivido. Deseas no volver más a ese lugar recóndito en el que has encontrado la inquietud más extrema y el desasosiego producido en esa temporada. Algo te recorre por dentro, nada bueno. No has encontrado ningún sentimiento gratificante que te saque una sonrisa. A la cabeza sólo te vienen imágenes de situaciones críticas en las que has experimentado en tu propia piel emociones fuertes, negativas, tristes. La definición gráfica de la desdicha se ve reflejada en ti, allí y ahora.

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